El valor de un comentario

¿Nos escondemos o nos dejamos ver?

Son pocas las personas que se animan a compartir su experiencia con un Cuento Medicina, o con una sesión de Tarot Evolutivo.

La mayoría de las personas que atiendo o que leen mis libros, sienten cierto pudor de ser reconocidos en las redes sociales.  De alguna manera se esconden y mantienen en secreto su búsqueda de sanación o bienestar.

Incluso en los casos que reciben una lectura de cartas, una consulta holística o un libro gratuito, solo llegan a compartir su experiencia por mensaje privado.  Ante mi insistencia, algunas personas me permiten compartir una captura de pantalla de sus devoluciones.  Sin embargo, de ese modo, se deslindan de cualquier posibilidad de que alguien les reclame o que sus pájaros carpinteros cuestionen su accionar.

Tomar la decisión de recomendar públicamente uno de mis libros o una de mis sesiones o consultas, requiere de valor y de aceptación, de reconocimiento del propio proceso de sanación y evolución.

De este lado de Puentes, cuando hago un sorteo, regalo sesiones o subo libros a la tienda a un valor mínimo, es desde una necesidad de difundir mi tarea y lo hago con la esperanza de que quien recibe, lo comparta y bendiga mi siembra con el boca a boca.

Ahora bien, veamos desde el otro lado, quien recibe, se esconde, lo recibe en secreto y evita que su entorno sepa lo que está haciendo.

¿Qué energía está proyectando esa persona al universo?  ¿Qué mensaje se repite a sí mismo?

Cuando mentimos, cuando ocultamos, cuando hacemos algo secreto, hay un tono de desaprobación, de estar haciendo algo indebido. 

Ya sea que estemos haciendo Tarot Evolutivo, estemos leyendo un cuento medicina o estemos recibiendo cualquier terapia holística, debemos hacerlo desde la transparencia, la honestidad, la luz y el amor propio, con la seguridad de que es el sendero de nuestra alma.

Justamente, estas semanas está en proceso de gestación Puentes Infantil, incluyendo un mazo de Cartas de Puentes para niños. Porque, ¿qué mensaje les damos a nuestros hijos, si los mantenemos alejados de lo que nosotros hacemos para sentirnos mejor? Como dice la presentación de ese material, ¿por qué esperar a ser adultos para reconocer la luz de cada niño interior?

Si le damos tanta importancia a lo que piensan los demás de nuestras terapias, nuestras actividades artísticas, nuestras lecturas o nuestra forma de cuidarnos y sanarnos; estamos bastante lejos de respetar quiénes somos y manifestar nuestra esencia.  Si tenemos que dejar de ser quien realmente somos, para que nos amen; entonces, ¿nos aman realmente? ¿ o aman una proyección que tienen sobre lo que deberíamos ser?

Además, hay algo muy importante que sucede cuando uno se anima a contar su historia o experiencia desde la vulnerabilidad: siempre hay alguien que se siente identificado y ‘con el permiso’ de expresarse.  Eso fue lo que descubrí cuando comencé a compartir Cuentos Terapéuticos, una serie de historias que se suponía que jamás verían la luz.  Es el darse cuenta de que no estás solo/a, que alguien más se siente tan mal como tú, que alguien más ha vivido lo que tú y tiene el valor de hablar sobre ello.

No podemos esperar a que nuestras familias, amigos y compañeros de trabajo aprueben nuestro comportamiento para elegir el viaje de sanación. Si eres sobreviviente, si aún eres víctima, si eres padeciente, si aún tienes traumas, si sabes secretos familiares que nadie repite, habrá seguramente muchas personas interesadas en mantenerte en silencio.  Si es necesario, a fuerza de fármacos y tratamientos, buscarán suprimir tu sensibilidad, tu vulnerabilidad y tu necesidad de desnudar lo que todos disfrazan.

Hoy, una joven mujer peruana me cambió el fin de semana; me sentía abatida, desilusionada y frustrada.  Su reseña sobre Niño Mandala me demostró que las palabras viajan, tocan, rozan, traspasan, apapachan, transforman, visibilizan, iluminan y dan nueva vida. Me hizo recordar que no escribo para que mi familia o mi círculo cercano me amen más o menos, ni siquiera para que ellos me aprueben, ya no espero eso. 

Escribo para que quien está lastimado encuentre la manera de sanarse; escribo para que quien se siente solo, sepa que no es el único; escribo para que quien lleva callada toda una vida, se anime a escribir sus primeras palabras; escribo para que mi niña interior se encuentre con otros niños que no han tenido permiso para brillar sus colores y Ser quienes vinieron a ser.

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes



La Libertad de Escribir

Cuando comencé a escribir, lo hacía porque las emociones se acumulaban en mi pecho como un caudal de agua presa tras los muros de un dique.  Las palabras calladas se convertían en esquirlas que dibujaban en el silencio heridas desconocidas.  Los secretos condenados desbordaban los rincones de un corazón que apenas aprendía a vivir y amar.

Escribía porque con las palabras podía ejercer una libertad que se me había quitado, porque en los versos podía mostrar el verdadero rostro de mi Alma.


¿Por qué durante gran parte de mi vida escribí solo Poesía?

Porque los poemas están tejidos con metáforas y recursos literarios que pocos comprenden.  Porque al leerlos, cada quien interpreta lo que puede: algunos, apenas la métrica y el ruido de las palabras; otros, la perfecta simetría del diseño sobre la hoja y solo unos pocos, apenas un par de iluminados, podrán sentir y vivir el poema en la epidermis de sus corazones.

Por mis venas fluía la tristeza toda de las mujeres que me precedieron, de las poetisas que sufrían el desamor como heroínas de la vida, de los mares de Alfonsina Storni, las rosas de Julia Prilutzky Farny y las alegrías robadas de una niña que fue acunada desde el luto y el llanto de las pérdidas que ganan a cualquier celebración.

Durante muchos años, escribí para alivianar el peso del dolor, para sembrar el océano con mensajes en botellas de cristal azulado, con la esperanza de que alguien al leerlos, atravesara continentes para encontrarme y rescatarme.

Estaba perdida.  Los poemas eran misivas, gritos de auxilio, aullidos de dolor, grafitis en el cielo o sentencias que condenaban mi amor y el desamor de otros.

Escribía poemas porque la poesía, como otras formas del arte, tiene la capacidad de crear belleza sublime con los despojos de un naufragio o las ruinas de una ciudad abandonada.

Durante poco más de cuatro décadas, escribir era el salvoconducto para sobrevivir en un mundo que me rodeaba de hostilidad e incomprensión.

Escribir poemas se había convertido en un lamento estéril que solo imploraba la misericordia de la muerte. 

Desde el lecho de una víctima durmiente, añoraba el beso que despertara mis labios y justificara mi dolor o la pócima que detuviera el latido para ya no sufrir.

Solo otros poetas podían descubrir tras los velos de la poesía, las verdades ahogadas, los deseos jamás susurrados y la intensidad de un amor que no encontraba su cauce.

No por nada, los grandes poetas de la historia han enarbolado banderas de revolución, disfrazadas en las estrofas de un poema.  La estrechez de mente y la cristalización de los corazones inhiben la capacidad de comprender plenamente el mensaje de un poema.

Aún así, como un cuadro, una escultura, una composición musical o una historia de ficción, un poema puede ser apreciado desde diferentes ángulos y la imagen final dependerá del cristal que filtra la mirada y de las emociones que habitan el corazón que lo percibe.

Cuando descubrí y acepté que no habría rescates, que la muerte aún no me llevaría, que nada ni nadie cambiaría allí afuera; que la hostilidad del entorno se alimentaba de mis inseguridades y culpas; que nadie podría amarme lo suficiente, mientras yo rechazara cada faceta de mi Ser que me impedía pertenecer y ser aceptada; entonces comprendí que la sanación solo es posible cuando uno es capaz de desnudarse frente al espejo y frente al papel.

Desde la desnudez del Alma y vulnerabilidad del corazón, aprendí que la prosa (los cuentos y las historias) dibujaba Puentes que podían ser transitados por quienes desconocían la belleza y la poesía en sus vidas, por quienes comenzaban a descubrir, como yo, su propio Sendero de Sanación.

Como dice el Maestro Jodorosky, el arte solo sirve cuando nos conecta con nuestras emociones y nos acompaña a sanar alguna herida.

Escribir Cuentos Terapéuticos y La Posada de los Muertos, fue una manera de bajar la guardia, simplificar el lenguaje y dejar de presumir mi capacidad para esgrimir metáforas que solo unos pocos podían comprender.

Escribir para guardar en cajones archivados los frutos de nuestra creación es apenas un gesto narcisista de quien se cree mejor que aquellos que no saben leer sus escritos.  Es como habitar una gran celda espejada, donde solo convivimos con el reflejo velado de nuestro ego, sin abrir jamás la puerta, sin dibujar una ventana, sin tener un puente, ni emprender un viaje.

Escribir para ser admirado por otros escritores o alabado por poetas contemporáneos, no es más que un intento adolescente por pertenecer y evitar el rechazo de quienes nos desconocen.

Escribir para ser aceptado por una editorial y escalar posiciones en una tabla de estadísticas, es buscar el reconocimiento y la validación de nuestros talentos en personas carentes de capacidad creativa, pero con suficiente habilidad y éxito económico para juzgar el arte literario desde cifras de venta y rédito monetario.


Emprender el camino de la Literatura Independiente es confiar en el poder y la magia de nuestras palabras, en nuestra capacidad para despertar corazones, inspirar Almas perdidas o acariciar alas adormecidas.

Susannah Lorenzo – Escritora Bilingüe y Terapeuta Holística

Una historia, un poema o un cuento escrito desde la vulnerabilidad, crean un espacio de intimidad y contención entre el lector y el escritor; generan un puente que no se mide en kilómetros ni cifras bancarias; dibujan cielos allí donde solo había techos de cemento; siembran mares donde el desierto reinaba y pueblan de luz los rincones olvidados de un corazón maltrecho.

Escribo para sanar y que cuando me leas, sanes.

Escribo para creer y que tú vuelvas a creer al leerme.

Escribo para sentir sin miedo, culpa o vergüenza; para que cuando me leas, te atrevas a sentir del mismo modo.

Escribo para crear, porque cuando creo, vivo, respiro y manifiesto mi latido; y así, mientras me lees, tu mente cree pasadizos, ventanas, puertas, muelles, mundos nuevos y viajes asombrosos.

A veces, escribo desde lo que Soy y Siento.  Otras veces escribo como mensajera que Dios elige para recordarnos su Amor y Sabiduría.

Siempre escribo como un ejercicio de Soberanía personal, como una práctica de meditación, como una manera de sembrar el buen Amor y multiplicar la Luz; pero por sobre todo, como una forma de cultivar la Paz interior.  Ya que solo desde la Paz interior, podemos sostener relaciones sanas con Dios, las personas que nos rodean y el mundo que habitamos.

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes

Soledad Lorena© / Tejedora de Palabras

Meherdeep Kaur© / Tejedora de Magia

Para conocer más:

Niño Mandala

Desde mi página literaria en Facebook, compartí hace un par de días el comentario sobre un pequeño lector.  Este pequeño lector, del que resguardamos su identidad, recibió como regalo el libro Cuentos Cuyanitos con el libro para colorear que preparé (que incluye mandalas e imágenes de las historias).  Después de eso, este pequeño comenzó a dibujar y regalar mandalas en su escuela, recibiendo un reto de la maestra por no hacer las tareas en clase y perder tiempo con los mandalas que regala a sus compañeras.

Cuando escuché esta historia, sentí que tenía que escribir un cuento.

La intención era escribir un cuento para niños, pero las musas comenzaron con un cuento para adultos.

niño mandala

 

Niño Mandala

Cuando su tía Jimena le regaló el libro para colorear Mandalas, sintió que por fin sus ojos descubrían cosas aquí afuera parecidas a su mundo interior.

Lo llevaba en su mochila a todos lados y esas figuras completaban sus espacios vacíos.

Cuando los Mandalas en blanco se terminaron, Tomás comenzó a dibujar sus propios diseños.

A Sarita, su compañera de banco, le pintó un mandala de frutillas, su fruta preferida.

Un mandala de flores fue el dibujo perfecto para Catalina, que llevaba flores en todos sus vestidos, en las cintas para el pelo y cubriendo todos sus cuadernos.

Cuando no tenía papel a mano, armaba mandalas con hojas, ramas o tapitas de gaseosa.

En la hora de gimnasia, cuando todos tenían que jugar al futbol y a él lo mandaban al banco, dibujaba mandalas en la tierra y los decoraba con piedras.

Apenas terminaba el partido, sus compañeros pateaban su diseño y se burlaban sin que ningún maestro les llamara la atención.

La Seño Juana no tardó en enviar una nota a la casa:

Podés terminar de leer la historia en mi blog literario.