La culpa que empobrece

Para quienes me siguen en las redes sociales, no es una novedad que la prosperidad y yo venimos desencontradas en los últimos años.

De algún modo, mis comienzos como emprendedora no fueron una elección voluntaria, sino una aceptación resignada de una condición de salud que me impedía seguir trabajando fuera de casa.  Quizá Dios, o mi Alma, habían encontrado la manera de forzarme a manifestar mis dones de un modo que yo venía evitando desde hace un largo tiempo.  La estabilidad de un sueldo por mínimo que fuera me daba una falsa sensación de seguridad y mantenía tranquilos a mis seres queridos, pero por sobre todo, dejaba la responsabilidad de mi relación con el dinero en manos de mi empleador.

Mi vida como emprendedora ha tenido altibajos, yo diría más bajos que altos y cuando creía que venía resolviendo todo, llegó la pandemia 2020 para cambiar las reglas del juego.

En realidad, cuando dentro nuestro todo está sostenido por la inseguridad, la culpa, el miedo y la baja autoestima, cualquier acontecimiento externo o la mirada equivocada de los otros, nos hará tambalear, caer o incluso permanecer en el fondo del pozo por largos períodos de tiempo.

Sin importar quién o quienes hayan sembrado la culpa y el miedo (relacionado con el dinero) en nuestro subconsciente, es nuestra responsabilidad desmalezar nuestra mente y reeducar nuestro ego; dándole la seguridad a nuestro niño interior de que lo que estamos haciendo está bien, sin importar lo que digan las voces y expectativas de quienes nos ‘protegen’.

Por segunda vez este año, comencé hace unas semanas con el Método Tesla (3/6/9) adaptado en versión Puentes, porque soy consciente de que las limitaciones están en mi subconsciente, en patrones adquiridos y en proyecciones heredadas.  En medio de esta práctica, apareció la oportunidad de hacer un taller gratuito, un desafío de 5 días con Leonie Gabriella.

Pensé que sería uno de esos webinars livianos diseñados solamente para promover un curso extremadamente caro.  Al terminar el tercer día, me di cuenta que había descubierto emociones y rincones de mi sombra no explorados que tenían mucho más peso que mis talentos y estrategias de marketing.

¿Qué aprendí de mí y qué miré desde otra perspectiva a partir del taller?

  • A través del adoctrinamiento cultural y religioso, acepté que el deseo no era espiritual ni tampoco algo bueno.  Pero el problema no es el deseo, sino el apego al deseo; es decir el deseo es como una semilla sagrada que guarda el ADN de lo que nuestra Alma vino a manifestar en esta vida.  Lo que debemos soltar o liberar no es el deseo en sí mismo sino la expectativa de cómo ese deseo se hará realidad.  Nosotros debemos tener claro qué es lo que queremos crear y por qué; el cómo, cuándo y dónde es algo que decide Dios / El Universo.
  • Es egoísta pensar en pequeño y pedir apenas lo justo y necesario, porque de ese modo estamos limitados para que nuestra luz brille en todo su potencial y nuestros dones sean compartidos.  Pensar y desear en grande es crear la posibilidad de que nuestra abundancia cree abundancia para otras personas.
  • Me dejé convencer de que un escritor o artista no puede vivir de su arte o sus creaciones y que ser una terapeuta holística no es algo que deba ser reconocido como un trabajo noble y productivo. 
  • Tenemos miedo de ser ricos porque de ese modo deberemos abandonar nuestra identidad como personas pobres o en la quiebra.  Nos acostumbramos y nos identificamos como pobres, porque eso nos hace más buenos, más sacrificados, más nobles, más espirituales, más santos y sobre todo perpetúa nuestra posición de víctimas ‘a la buena de Dios’.
  • De algún modo, en lo profundo de mi ser, creo que es más seguro ser pobre y desear riqueza me hace sentir egoísta y culpable.
  • Ganar más dinero y lograr que Puentes prospere implica ser vista, ser reconocida, ostentar el éxito sin miedo, culpa o vergüenza.

Cuando uno emprende un camino de sanación, nuestra Alma se encarga de que vayamos encontrando las personas y recursos necesarios para avanzar.  Fue así que hace unas horas me encontré con este vídeo que habla de Cuando hay miedo a cobrar.

Entonces, inmediatamente recordé algo que sucedió en estos días: decidí aumentar 9% el valor de las cuotas para los alumnos virtuales.  La inflación en nuestro país galopa a una velocidad pasmosa y siento que he quedado desfasada y mi trabajo no rinde. Al ser independiente, soy responsable de que el valor de mi trabajo sea justo.  Así es que envié un correo donde (luego me di cuenta) justifiqué el aumento y pedí disculpas.  Después de enviarlo, como me seguía sintiendo culpable e imaginaba que algún alumno se quejaría, saqué la cuenta de a cuánto quedaba el valor hora.  En un módulo el valor hora queda a  ARS 618 y en el otro módulo queda a ARS 572.  ¿Vale eso mi trabajo? No.  Vale mucho más.

Repasé en mi mente todas las veces que me he sentido mal por tener que cobrar, aumentar un servicio o recordar una fecha de pago. Si  acepto trabajo mal pagado por no quedarme sin nada, es mi problema si me relaciono con personas que no valoran mi trabajo.  Si alguien en verdad valora mi dedicación, mi servicio, mi trayectoria, mi experiencia, mis conocimientos, mi talento, mi capacidad, el enfoque holístico, el sistema totalmente personalizado y el valor agregado (horarios flexibles y adaptabilidad a las necesidades de cada alumno), no necesitará de justificaciones, explicaciones o disculpas.  Simplemente aceptará el precio fijado y disfrutará lo que recibe.

¿Por qué comparto esta conversación contigo?

  • Porque somos muchos los emprendedores que lidiamos con clientes que buscan bueno, bonito y barato; porque equivocamos los clientes y desconfiamos de nuestra capacidad para encontrar las personas que valoren nuestra propuesta.
  • Porque somos muchas (si, la mayoría mujeres), las que nos esforzamos, probamos una y mil estrategias y no logramos remontar en vuelo sin depender de alguna ayuda.

Volviendo a mis cuentas, voy a tomar un promedio de ARS 600 por hora.  ¿Qué puedo comprar con eso en mi país?  Si busco en el menú de Pedidos Ya, no logro comprar una comida (de buena calidad) preparada y pagar el envío.  Tampoco puedo pagar el turno de una peluquería o la hora del técnico que configura la antena de internet. 

Cada quien establece el valor de su producto o servicio tomando en cuenta los costos fijos, el valor de los insumos, el tiempo de trabajo y sobre todo los beneficios y la calidad de lo que se ofrece.

En conclusión, el aumento del 9% que me parecía tan terrible, me deja fuera del rango de lo que vale mi trabajo, porque no tuve el valor de aplicar el aumento que en verdad correspondía.

Para quien no siente culpa, puede parecerle una tontería que alguien se sienta culpable por cobrar el dinero que debería recibir.  Para quien aprendió desde pequeño a disfrutar de las riquezas de la vida, pensará que al pobre le encanta ser pobre.  Para quien fue ‘programado’ con la información correcta, creerá que se puede reconfigurar un cerebro en un abrir y cerrar de ojos.

La culpa es una maleza difícil de erradicar.  Se necesita tiempo, paciencia, dedicación y sobre todo mucha ternura con uno mismo.  Porque en el camino de sanación del amor propio, la culpa es lo que se mantiene como un abrojo hasta al final, prendido a nuestro subconsciente; sobre todo si somos el que vino a sanar el clan, el que vino a romper el patrón y hacer las cosas de modo diferente.  El sanador del clan familiar o del linaje, se verá tentado una y otra vez por la supuesta deslealtad a aquellos que tanto lo aman y su corazón ama.  Atreverse a volar sin la comprensión amorosa de quienes jamás podrán dejar su jaula es un desafío que pocos comprenden.

Susannah Lorenzo / Tejedora de Puentes

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«Vinimos a este mundo para explorar nuestro potencial. A romper los límites mentales que hemos creado para nosotras. Vinimos a alcanzar nuestro máximo potencial. Vinimos a vivir en abundancia, paz, expansión, felicidad, amor y fluidez.»

María José Flaqué – Mujer Holística

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