Las semillas de estas tres palabras se han convertido en una respuesta constante cada vez que consulto un oráculo o incluso cuando leo o escucho alguna enseñanza espiritual.
Creemos que sabemos Amar, que nuestra forma de Amar es la mejor y que con eso alcanza. ¿Amamos en Alegría? ¿Amamos en Paz? ¿Pedimos ayuda con amor? ¿Nos relacionamos siempre desde el Amor y con Amor?
Nos es fácil sentir y demostrar Amor por aquello que nos gusta o las personas que nos agradan; pero generalmente nos guardamos el Amor cuando la situación nos incomoda, cuando las personas activan nuestros mecanismos de defensa o incluso cuando lo que hacemos no es lo que quisiéramos hacer.
El Amor es una energía poderosa, sanadora y transformadora que se sostiene en la vibración de nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras acciones, nuestra pasividad e incluso nuestro silencio.
¿Nos miramos con Amor? ¿Nos tratamos con Amor? ¿Nos pensamos con Amor?
- Cada dosis de amargura que nos habita, nos aleja del Amor.
- Cada bagaje de culpas que cargamos, nos aleja del Amor.
- Cada cuota de vergüenza que sentimos por no estar a la altura de circunstancias o personas, nos aleja del Amor.
- Cada oleada de miedo que nos gobierna, nos aleja del Amor.
Cultivar el Amor de forma consciente debería ser parte de nuestra práctica espiritual diaria, de la forma en que valoramos lo que somos, lo que hacemos, las situaciones que nos toca vivir, las personas con las que nos vinculamos e incluso el entorno que nos movemos.
Si quitamos la amargura, la frustración, las culpas, la vergüenza y el miedo, la intensidad del Amor será tal que su vibración producirá Alegría en nosotros.
Mientras escuchaba una enseñanza sobre la manifestación (la verdadera y profunda), una frase quedó haciendo eco en mí: lo primero que necesitamos manifestar es salud y luego alegría; con eso, todo lo demás llega fácilmente.
Si has leído mi libro Camino a la Alegría, sabrás que la alegría no es algo que se me dé fácil, es algo que estoy aprendiendo a cultivar y ejercitar, pero siempre tengo excusas suficientes (válidas si consideramos dificultades extremas) para sentirme frustrada y amarga.
La Alegría sólo puede habitar allí donde nos hemos vaciado de miedo, culpa, vergüenza, resentimiento, amargura y frustración.
La Alegría es posible si nos deshacemos de la miseria que nos condiciona cuando amamos y vivimos desde la carencia, desde la doliente ausencia de lo que nos falta.
La Alegría es como una cosquilla en el corazón que nos invita a sonreír, reír, cantar, bailar y compartir bendiciones con otras personas.
Compartir desde la Alegría y el Amor, significa que además de dar algo valioso (dinero, regalos, alimentos, abrigo) estamos brindando una energía sanadora que se expande más allá de los confines de nuestra visión.
Cuando compartimos desde la amargura, el miedo, la culpa o incluso desde la tristeza, aquello que damos está impregnado con el color de nuestras emociones y con la baja densidad vibratoria de nuestra energía.
La alegría es uno de los aspectos del Amor, una energía chispeante, genuina y cristalina que fluye por los arroyos de las montañas y canta en el gorjeo de los pájaros.
Si buscamos manifestar Alegría en nuestra vida, su energía contribuirá a la salud física de nuestro cuerpo; ya que está comprobado que un buen estado de ánimo mejora la regeneración de las células y el funcionamiento de todo el metabolismo.
Si buscamos manifestar Alegría en nuestra vida, esa vibración creará un campo magnético en nuestro corazón y en nuestra aura que atraerá personas, situaciones y resultados acordes con esa energía.
Si logramos manifestar Alegría en nuestra vida, estaremos más livianos y sutiles energéticamente hablando; por lo tanto, nos resultará más fácil movernos en el océano de la vida y desplegar nuestras alas en los cielos del universo.
Manifestar la Alegría es sólo posible en el Aquí y Ahora, en una presencia y consciencia plena del momento presente, sin rezagos del pasado ni expectativas inquietas del futuro.
Sé que no es fácil, al menos para muchos de nosotros. Pero si hoy lo logramos, mañana podremos repetir y así cada día que sigue. Esa alegría nos ayudará a sostenernos y navegar amorosamente las tormentas que la vida nos presenta, los desafíos que Dios propone como aprendizaje.
Ahora bien, si ya somos una expresión del Amor y si logramos vivir en Alegría, entonces habrá Paz en nuestro corazón.
La Paz habita en el corazón que puede Amar y vivir con Alegría.
- Si estamos llenos de amargura, no hay Paz.
- Si nuestros miedos dirigen nuestra vida, no hay Paz.
- Si nos avergonzamos de quien somos y qué hacemos, no hay Paz.
- Si albergamos culpa por los sentimientos y vivencias de otras personas, no hay Paz.
- Si desconfiamos de Dios y de nosotros mismos, no hay Paz.
La verdadera Paz reside en el Alma de aquellos que aún en medio de la incertidumbre, la tormenta o el desierto de los aprendices, sostienen la confianza en el Plan Divino y en los talentos que les permitirán transitar el momento.
En un lago de agua calma y cristalina puede verse todo aquello que habita en el cuenco de tierra y rocas que lo contiene. En ese espejo de agua puede reflejarse la belleza y la inmensidad del cielo; e incluso, si nos asomamos, podremos ver el reflejo de nuestra alma en el brillo de nuestros ojos.
Desde la Paz de la mente y el corazón es posible aumentar nuestra comprensión, expandir nuestra visión, expresar claramente nuestras palabras, manifestar nuestra verdadera intención y sobre todo, comprender que todo lo que nos rodea es parte de la Creación Divina; incluso aquello que causa la fricción necesaria para aprender y evolucionar.
Estas tres palabras llegaron a mí en mi necesidad de manifestar prosperidad y abundancia. Entonces aprendí que si sólo me enfoco en aquello que quiero conseguir y no sostengo la vibración necesaria de Amor, Alegría y Paz, seguiré dando vueltas como un hámster en una rueda sinfín de preocupaciones, estrés, amargura y ansiedad.
Susannah Lorenzo / Tejedora de Puentes
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